La tristeza en el anciano
Cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra vida, vamos modificando la forma de reaccionar ante las situaciones de pérdida. Vimos que cuando los niños están tristes, los niños tienen unas causas y una forma de mostrar su tristeza habitualmente distinta a los adultos. Asimismo, las personas mayores tienen también sus peculiaridades.
En cuanto a las situaciones de pérdida, que son las causas más frecuentes de tristeza, los ancianos las sufren con mucha frecuencia. La persona mayor es muy probable que haya ido perdiendo la salud, que haya perdido ya a personas queridas o que haya disminuido significativamente sus ingresos económicos en relación con la época en que estaban en activo en el mundo laboral. Además, puede que sus hijos si los tenía ya no vivan en la casa, de forma que viven más solos, de lo que han estado acostumbrados en otras épocas de su vida. Es decir, conforme llegamos a edades más avanzadas tenemos más probabilidad de acumular experiencias de pérdidas importantes en diferentes áreas de nuestra vida.
Todo esto hace que la persona mayor pueda tener sentimientos de desesperanza hacia el futuro, de preocupación en relación con los problemas actuales y con los venideros, con mayor inseguridad para enfrentarse con ellos, y puede presentar un ánimo predominantemente bajo y un sentimiento de tristeza. Por esto dicen que las personas mayores tienen con mucha frecuencia depresión, pero estas depresiones generalmente son cuadros leves, que más que con tratamientos médicos hay que abordarlos mejorando algunas condiciones de vida, algunos hábitos y conductas, y mejorando el apoyo psicológico y social de la persona.
Además de estas depresiones leves, puede tener depresiones más graves, que muchas veces son una nueva recaída aguda de un trastorno depresivo que ya padeciera cuando era adulto, o una cronificación de un episodio depresivo anterior. Cuando una persona anciana sufre un episodio depresivo claro, sin antecedentes de fases previas, su médico siempre debe descartar, con más insistencia que en personas de edades más jóvenes, una enfermedad física o algún tratamiento médico no psiquiátrico que haya dado lugar a esa depresión.
En cualquier caso, tanto las depresiones leves como las más severas se caracterizan en el anciano porque frecuentemente el que las padece no percibe sentimientos de tristeza, y no es excepcional que acuda a su médico general quejándose de síntomas físicos como cefaleas, u otros dolores corporales, pero no se queja de tristeza. En estos casos puede ser algo más difícil de diagnosticar la depresión de primeras, y siempre hay que tener en cuenta los otros síntomas asociados con la depresión como son el desinterés por todo, desesperanza, apatía, inhibición o inquietud psicomotora, sentimientos de minusvalía, dificultades de concentración, problemas para iniciar o mantener el sueño, anorexia, etc, Otro síntoma típico de la depresión es no encontrar sentido a la vida y tener ganas de morirse. El riesgo de que una persona anciana que padece un episodio depresivo quiera morirse y haga algo por conseguirlo es más alto que en una persona de mediana edad que padece depresión, sobretodo si se trata de un varón.
En definitiva, un episodio depresivo produce un gran sufrimiento en quien lo padece, en forma tanto de sufrimiento psíquico como frecuentemente en forma de sufrimiento físico. Como el anciano tiene frecuentemente un soporte social escaso o frágil, si no se diagnostica y se trata la depresión cuando la hay ésta tiene mucho riesgo de agravarse o de cronificarse.
Por ello, la persona anciana que se sienta con gran abatimiento, desinterés, insomnio, anorexia, ideas de muerte, síntomas físicos, angustia, sensación de que no puede pensar y concentrarse, etc., debe acudir a su médico general o a profesionales de la salud mental para valorar si tiene un trastorno depresivo y la mejor manera de abordarlo y resolverlo. Las depresiones graves sí se benefician de un tratamiento médico específico, además de beneficiarse de cambios de hábitos y de una terapia conductual.
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